Ida y vuelta, en una
tarde de lluvias, al convento de El Palancar
He vuelto al convento de
las alcantarinas de El Palancar a llevar a la madre superiora sor María de los Ángeles
Monteagudo y a sor Patricia de San Ildefonso dos ejemplares de mi libro, en
papel, DE UN ARCHIVO SECRETO, para que lo leyeran y sirviera de disculpas de
que alguno hubiera pensado mal de ellas.
Me han acogido
cordialmente ambas religiosas, pero me han expresado que las normas del
convento les prohíben recibir determinados regalos y así lo he comprendido.
No obstante, les sugerí
que aunque no lo aceptaran, previo permiso del Padre Visitador, y aun sin
leerlo, lo enterraran muy profundo en el huerto, precintándolo y plastificándolo,
ya que de aquí a un milenio sería de gran ayuda para los arqueólogos y, sobre
todo, testimonio de la inocencia de sus monjas.
Salí triste del convento
de El Palancar. Lo había probado. Me dije que había que hacer algo nuevo. Volví
a pensarlo. Pese a haber sido rechazado el libro, me quedaba otra oportunidad:
podría enterrar cinco ejemplares de mi DE UN ARCHIVO SECRETO en una bolsa de plástico,
a unos cuantos metros de profundidad, uno en cada continente. Si hubiera un
cataclismo, que lo habrá, quedarían preservados para la posteridad. Se podrán desenterrar
más adelante. Pero, quizá, aún salgan algunos de mis demonios para quemarlo.